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Sentida despedida a Mama Piru

Defensora del patrimonio de Rapa Nui

Sentida despedida a Mama Piru

Publicado el 27/09/2018
A los 60 años falleció Ida Huke, quien fuera una defensora incansable de su pueblo, del paisaje, del patrimonio pascuense y cultora del Kai Kai, elemento incluido en el registro de patrimonio cultural inmaterial en Chile.

En su natal y querida Rapa Nui, a los 60 años de edad dejó de existir Ida Huke, quien fuera una defensora incansable de su pueblo, del paisaje, del patrimonio pascuense y cultora del Kai Kai, elemento incluido en el registro de patrimonio cultural inmaterial en Chile.

Numerosas han sido las muestras de dolor y gratitud de la comunidad pascuense y de quienes conocen su legado en el país y han volcado en las redes sociales su sentir por la temprana muerte de quien fuera más conocida como Mama Piru.

En la década de los 90 hizo un recorrido por diversos museos del mundo en busca de piezas ceremoniales de su cultura y osamentas, periplo en el que identificó más de mil piezas y durante el cual prometió a hacer todo lo posible por traelas de vuelta al sitio al cual pertenecían.

Mama Piru también hizo suya la defensa del medio ambiente y marcó un hito por emprender junto a su pareja, una campaña para limpiar la isla de basura, situación que los convirtió en emblemas del cuidado ambiental de este territorio.

Cultora del Kai Kai

Mama Piru era, además, cultora del Kai Kai, elemento incluido en el registro de patrimonio inmaterial de Chile. El Kai Kai es una forma de expresión tradicional de Rapa Nui, por medio de la cual se ha perpetuado la historia y tradición oral de la isla. Consiste básicamente un juego de hilos realizado por medio de las manos, donde el/la ejecutor/a arma una figura o ideograma, entrelazando los hilos entre los dedos de ambas manos, y a las cuales siempre se asocia un verso recitado llamado pata’u ta’u.

Cada una de estas representaciones está dotada de un carácter mágico y fuerte significado ritual y social. Por medio de ellos se recreaban antiguos cuentos y leyendas o personajes míticos; se traspasaban los conocimientos de ceremonias y ritos vinculados a la arquitectura y tallado monumental, a la agricultura y pesca. Igualmente, sirvieron como instrumentos de control o sanción social, e incluso en algunas ocasiones, se ejecutaban con un claro propósito erótico.

La forma de inicio y armado de las figuras de hilo, se inicia con una posición de partida, conformada por el paso del hilo o cuerda por el dedo pulgar y meñique de ambas manos. Sucesivos movimientos de dedos, a veces auxiliados por los labios, estructuran una figura central, conformada por dos hilos principales: uno superior y otro inferior. El primero, sostenido por el dedo índice o medio y el segundo por el dedo pulgar. La figura final lograda, adquiere una disposición espacial plana o bidimensional, generalmente de forma rectangular, y en algunos casos, es tridimensional en aquellos Kai Kai más complejos como el denominado Ka Tere te Vaka.

Esta figura central, evoca un pasaje o situación representativa de los versos recitados, como por ejemplo, un arcoíris o ave marina como es en el caso de la figuras de los Kai Kai Hanuanua Mea y Kia Kia, respectivamente. La ejecución final conlleva un movimiento acompasado entre la recitación junto a la figura, brazos y cuerpo.

Los hilos o cuerdas para armar las figuras, eran de tres clases: los más comunes, confeccionados a partir de fibras vegetales especiales obtenidas de los arboles llamados hau hau (Triumfetta semitriloba) y mahute (Broussonetia papyrifera); otros se elaboraron a partir de las hojas de plátano (Hau kakaka); y a veces se usaron los finos hilos de cabellos humanos denominados hiro.

Su aprendizaje y transmisión a través del tiempo, al igual que en el resto de Polinesia, se efectuaba en el seno familiar, eligiéndose a niños o niñas, que presentaban mejores actitudes para el aprendizaje. La enseñanza comenzaba a temprana edad, y los niños y niñas seleccionados, eran rigurosamente entrenados y guiados por los maestros de este arte, antes que fueran instruidos en la sabiduría o conocimientos mayores de la sociedad.

Su práctica se pierde durante la segunda mitad del siglo XIX, probablemente hacia la época de llegada de los barcos esclavistas (1862-63) y primeros misioneros (1864). Sin embargo, la tradición logró sobrevivir a estos acontecimientos, manteniéndose en forma oculta en algunas familias isleñas que lograron traspasar este arte hasta la actualidad.